Prensa y Universidad

Prensa y Universidad

Septiembre de 2002
por Antonio García Padilla

Prensa y Universidad

Hablar de universidad y prensa en una sociedad pluralista contemporánea como la nuestra es fascinante. Es un tema muy rico y susceptible de infinidad de matizaciones y ángulos.

En efecto, la Universidad y la Prensa mantienen una relación muy cercana. Se trata de dos instituciones que van a la par en muchos de los caminos de sus vidas institucionales, si bien se separan en otros. En sus raíces básicas, la educación y la prensa se entrelazan. Dentro de particulares espacios de ac­ción, dentro de sus particulares contextos, tanto la Universidad como la Prensa participan en el gran esfuerzo de difundir el conocimiento y de difundirlo sobre una ética de verdad.

Esa adhesión a la verdad, ese compromiso con la formación de masa crítica dentro de la comunidad, es la que rechaza las limitaciones que imponen las lealta­des partidistas; es la ética que reclama un espacio de acción libre de la influencia gubernamental. De ahí que ambas, universidad y prensa reclamen una auto­nomía de la gestión oficial, espacios amplios que permitan el ejercicio de la libertad de juicio.

Pero no sólo en lo hondo de las raíces imbrican las instituciones nuestras. Por el contrario, también los ramajes de estos dos árboles de nuestra comunidad se juntan y se entrelazan de muchas formas.

En primer lugar, la Universidad forma profesiona­les de la prensa. Hoy día se nombran a pocos periodis­tas que sean autodidactas. Salen de las aulas universi­tarias, en vez, periodistas de todos los medios, comu­nicadores y gestores de noticia, administradores, téc­nicos y artistas. La Universidad de Puerto Rico, en particular, tiene en su Escuela de Comunicación Pú­blica uno de sus programas más competitivos de toda su oferta. Los programas de esa Escuela están acompa­sados por programas de comunicaciones en varios recintos y por programas de formación de técnicos de las comunicaciones en otros.

En segundo lugar, la Universidad hace periodismo. Su estación de radio, por ejemplo en donde algunos información y su periódico Diálogo, han sentado pauta y gozan de reconocimiento merecido en los campos de su gestión.

Tercero, la Universidad nutre el periodismo con las incursiones puntuales o sistemáticas de tantos de sus miembros en la prensa escrita y electrónica. Gran número de columnistas y comentaristas, en nuestro país y en otros, están ligados al gremio universitario. Se juntan así, el pensamiento académico con el quehacer de prensa.

Finalmente, la Universidad nutre el desarrollo de la Prensa, como el de tantas otras disciplinas y quehaceres de una comunidad de una comunidad con la reflexión que genera en torno a ese acontecer. Basta con recordar que la prime­ra historia del periodismo puertorriqueño es fruto de don Antonio Salvador Pedreira, eminente profesor y director del departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico.

Pero la Universidad es, también, objeto de la noti­cia. Así como la Prensa es para la Universidad objeto de estudio; así es la Universidad para la Prensa, objeto noticioso. Quisiera, pues, que hablásemos un poco sobre este último encuentro de nuestro ramaje: sobre el periodismo puertorriqueño y la cobertura del que­hacer universitario. Siento que necesitamos abrir es­pacios de discusión que ventilen aspiraciones, y en­tendimiento, y disensos comunes sobre estos temas. 

Una mirada a la Universidad del pueblo

Conviene de entrada puntualizaciones que se refie­ren más a la Universidad de todos ustedes y mía, estudiaran en ella o no, a la Universidad del pueblo de Puerto Rico. Precisamente por ser pública, el escruti­nio sobre la Universidad del Estado es mayor que sobre otras.

Sin embargo, es necesario recordar que a través de instituciones como la Universidad, Puerto Rico ha lidiado importantes batallas de índole social. Este país remontó índices de precariedad económica, cultural, demográfica y política gracias a sus instituciones y a una conducta cívica con parámetros de excelencia y compromiso, inculcada preeminentemente por el gran proyecto cultural del que la Universidad de Puerto Rico fue parte. No hubo en el siglo XX institución que significara tanto para nuestra sociedad como la Uni­versidad de Puerto Rico. Y me arriesgo a pensar que hay muy pocas sociedades en el mundo para las que su Universidad haya sido tan instrumental en su creci­miento, en su llegar a ser país.

Dentro de pocos meses dará inicio nuestro año centenario. Año de conmemoración, de fiesta para la Universidad y para el pueblo puertorriqueño. También, año de balances, de miradas hacia los tiempos y a la obra de la Universidad; momento para soñar sus futuros. La Universidad de Puerto Rico ha labrado una crónica rica de logros en esta centuria.

Puedo pensar en otros momentos dentro de esos cien años y me sentiría igualmente orgulloso de La Universidad. Estar, por ejemplo, en medio de la finca frutera que era toda el área que cubre el Recinto de Río Piedras, en 1903, viendo nacer el primer edificio uni­versitario y con él, el pacto que ata a la Universidad de Puerto Rico con el país. A mí, arquitecto frustrado, me hubiese encantado dirigir las obras del Cuadrángulo en la década de los 1930. En medio de la más severa depresión económica que había padecido Puerto Rico. se erigieron los edificios más emblemáticos de la Uni­versidad y los puertorriqueños acogieron a la Torre como uno de sus símbolos más entrañables. Y aun en momentos dolorosos para la institución, cuando la represión entró por sus portones, me hubiese gustado estar allí, y testimoniar el arrojo moral de la Universi­dad enfrentando la intolerancia y el arbitrio.

Pero nos ha tocado ahora, una época con otras intensidades. Un sistema de once recintos, setenta mil estudiantes, cuatro mil profesores y nueve mil em­pleados no docentes, con un complejísimo presupues­to; una institución con una historia ya densa, pero a la misma vez, muy joven y ansiosa. ¿Cómo insertarnos de manera oportuna efectiva en la sociedad de la información, que no es ya un modelo para armar sino una realidad cotidiana? ¿Cómo competir por recursos para la investigación? ¿Cómo servir a un país como el nuestro que exige ajustes en sus rumbos económicos, que requiere de insumos informados para manejar sus desafíos de sociabilidad, de ordenamiento espacial, de mejores ambientes tanto naturales como cultura­les?

Son sólidos y abundantes los haberes universita­rios sobre los que se monta su voluntad para pasar a lo que puede seguir siendo una gran universidad; en un país que, a su vez, necesita colocarse en un lugar exigente en un mundo global con inmensas posibili­dades tecnológicas, pero con niveles altos de incerti­dumbre. Sentimos orgullo por esa Universidad poten­te y productiva enfocada en los temas que raramente aparecen en las páginas de los periódicos o en el telediario. No escondemos, sin embargo, sus déficits. Son significativos.

Durante muchos años han tomado forma con sig­nos variados. Como ocurre con muchas instituciones en Puerto Rico, a un período de creatividad e inver­sión en su planta física y facilidades, sobrevino un olvido, un clima de descuido de la obra. El fetiche de la novedad dictó en nuestras vidas privadas y públi­cas que era más conveniente arrasar lo que apenas había rendido y sustituirlo por algo nuevo, que apli­carle un buen régimen de conservación. El manteni­miento se pospuso con resultados de consideración.

Otro tanto pasa con los programas académicos. La evaluación continua debe atemperar las presiones constantes que ejerce la sociedad sobre la universidad para que capacite a los profesionales que necesita con el deber de producir conocimiento e investigación en zonas viejas y nuevas del saber. De una evaluación sostenida debe brotar un cuadro fidedigno de nues­tros rendimientos: a quiénes estamos graduando, con qué destrezas para la profesión y para la vida, a quién contratamos para enseñar a investigar, qué producen y con qué, cuán internacionales podemos ser con nuestro alumnado, cuánto con nuestros docentes.

Un tercer déficit insoslayable tiene que ver con la obtención de servicios y la forma cómo se dan los procesos administrativos. Hay que aceitar los meca­nismos de prestación de servicios, así como agilizar la permisología y potenciar el liderato en la administra­ción para que el corazón de la Universidad —que es su gestión académica y de investigación— navegue sin mayores escollos, Que no se diga que quedó varada en un arrecife burocrático o que se la tragó un hoyo negro presupuestario.

Necesario reconocer los méritos de la UPR

Pero vamos a los haberes y los futuros. Si la Uni­versidad debe encarar con toda honestidad y con todo el respaldo financiero y de talento sus déficits, también es cierto que debe reconocer y pedir que se reconozcan sus fortalezas. Puerto Rico merece cono­cer y apreciar su contribución social, su madurez como institución no sólo en los logros de un pasado constatable, sino como una actualidad de creatividad y producción. Si revisamos mínimamente nuestro plantel docente y el listado de nuestros egresados, encontramos allí los nombres de nuestros más afa­mados científicos: de muchos de nuestros mejores escritores, artistas plásticos y gestores culturales; de los nombres de punta de lanza en la antropología, la salud pública, la neurobiología, la ingeniería de siste­mas, por mencionar sólo algunas áreas del conoci­miento y la investigación. Más del 90 por ciento de la producción editorial de Puerto Rico en revistas arbi­tradas es de autoría universitaria, como lo es la inmensa mayoría de los artículos que son aceptados por otras revistas académicas y científicas de presti­gio en y fuera de Puerto Rico.

Las posibilidades de crecimiento son inmensas. Estos meses inaugurales en la Presidencia me han servido para confirmar en algunos casos y para descubrir en otros, las rutas de crecimiento que le presentan a la institución y que pueden renovar entusiasmos entre sus sectores y entre ellos y las comunidades que la entornan. Pensemos, por ejemplo, en los nuevos compromisos con la escuela puertorriqueña, con los corredores tecnológicos, con la renovación de los cas­cos urbanos, con el arte musical, con el arte teatral, con el performance de este país, con los museos. Pensemos en la multiplicación de los viajes estudiantiles al mun­do que está allá afuera, para que gocen de la experien­cia de conocerlo; pienso en los estudiantes extranjeros que vamos a recibir en nuestras aulas, en los profeso­res e investigadores visitantes que van a nutrir nues­tros laboratorios y salones de clase. Pensemos en los programas ya en curso para potenciar al máximo la tecnología que agilice servicios, que ofrezca otras ex­periencias de aprendizaje-enseñanza, que provea ac­ceso a información más rápida y diversa. Pensemos en que, como muchas universidades exitosas, ya hemos comenzado a articular una comunidad de ex alumnos que constituya un nexo sostenido de identidad y apoyo con su Alma Máter. Sobre estos horizontes ya se ha comenzado a trabajar en los diversos recintos por­que la Universidad de Puerto Rico, ésta que represen­to, va a ser siempre una apuesta al futuro.

El periodismo puertorriqueño y el quehacer universitario

He hablado de mi Universidad, la de todos los puertorriqueños. Frente a mí están ustedes, los perio­distas, herederos de una institución que antecede a la Universidad por cerca de un siglo. Es el periodismo puertorriqueño, una práctica que está a punto de cumplir su bicentenario. Como la Universidad, la imprenta llegó tarde a Puerto Rico y durante gran parte del siglo XIX, los periódicos y las revistas estu­vieron a merced de la negativa del censor y sujetos los periodistas que ejercieran la crítica al despotismo, la persecución, la cárcel y el destierro. Fueron tos prede­cesores de los agentes en la lucha a favor de las libertades y los derechos. En las páginas de los perió­dicos puertorriqueños se encarnaron propuestas de modernidad cultural e institucional y los periodistas fueron maestros y mensajeros de los adelantos que ocurrían en otras partes del mundo. Muchos de ellos fueron nuestros mejores escritores como es el caso de Luis Muñoz Rivera y Salvador Brau. Fue este último quien fundó la Asociación de Periodistas de Puerto Rico en medio del Cuarto Centenario del Descubri­miento de Puerto Rico.

Ya en el siglo XX, el periódico fue el registro más fiel de nuestros proyectos del país, de las jornadas de pobres y marginados políticos y sociales para obtener el voto y otros accesos a la vida ciudadana. También nos vinculó al mundo caracterizado por grandes invenciones tecnológicas pero condenado también al sufrimiento por la guerra.

Armados de su inseparable libreta y lápiz, con los partes de prensa que llegaban por el cable submarino, luego por telex, pero siempre con retraso, el periodista componía el mundo de los lectores sea desde los clásicos El Mundo o El Imparcial, en las ondas radiales de WKAQ, WNEL, WPAB y a partir del 1954 desde las voces autorizadas de la televisión, Evelio Otero, Fidel Cabrera y Aníbal González Irizarry. Mucha de la alfabetización del país, de nuestro conocimiento del mundo, de las grandes hazañas de la humanidad y de sus grandes desastres han sido mediados por la pren­sa. Así de grande es también la deuda del país con el gremio periodístico.

Volvamos, pues, al último encuentro que describía entre nuestras instituciones. De la descripción que he hecho de ellas, de la tremenda función que han jugado y juegan en nuestra comunidad, se deriva el plantea­miento que quiero echar al ruedo hoy, para debate: la necesidad de ampliar la extensión que en Puerto Rico tiene la Universidad como objeto de noticia -la Uni­versidad de Puerto Rico y las demás universidades-pero la Universidad de Puerto Rico en particular. No basta la cobertura y resalte de los déficits de la Univer­sidad, que es necesaria para promover su corrección. Tampoco basta la cobertura del conflicto sectorial o puntual, que es propio del hervidero universitario.

¿Cómo debe traducirse en noticia la producción intelectual que genera en el país? ¿Cómo rebasar la inclinación por enfatizar en la cobertura universitaria los temas de conflictividad puntual, de coyuntura, sin dar espacio a conflictividades de más hondo alcance, la que discurre sobre las formas de enfrentar el mal de Alzheimer, sobre las nuevas manifestaciones de la marginación y la pobreza, sobre los nuevos retos en la expansión de los derechos y el reconocimiento de la dignidad humana. ¿Es que la creación y la producción no son del interés de la comunidad? ¿Es que las brechas que se abren en el conocimiento no están ya de moda en el quehacer general? ¿No han encontrado otras sociedades mejores balances en cuanto al destaque de prensa de la conflictividad puntual y de la conflictividad más trascendente?

En la prensa tienen que airearse las desavenencias universitarias. Tienen que ventilarse los choques y conflictos que hacen de nuestra casa, la gran casa de tolerancia y el gran espacio para el disentir. Lo que propongo es que no se dejen fuera de esa agenda las desavenencias y los choques que tienen que ver con el desarrollo de los saberes, con el crecimiento de las disciplinas, con el gran esfuerzo por adelantar la cien­cia y la estética. Porque es en función de esos cometi­dos que los universitarios promovemos el disenso y la desavenencia.

Se trata de una sugerencia, de una invitación al debate, a la exploración de nuevas posibilidades. La decisión es siempre de ustedes. Porque al final del día, cúbrase como se cubra la Universidad, el norte está en el mantenimiento en Puerto Rico de una prensa fuerte y de una prensa libre.