
Esta casa es de Puerto Rico
6 de septiembre de 1996
por Antonio García Padilla
Esta casa es de Puerto Rico
La Fundación Luis Muñoz Marín le ha planteado al país la coyuntura en la que se encuentra su proyecto de convertir en un parque los predios de la Fundación y los que colindan por sus lados norte y sur. ¿Cuál es en esencia el planteamiento de la Fundación ante el pueblo puertorriqueño? ¿Por qué ha querido la Fundación debatir públicamente este asunto?
Allá para el 1952, con dineros que obtuvo de un préstamo, Luis Muñoz Marín adquirió un solar de cuatro cuerdas en la Carretera de Trujillo Alto. Muñoz y doña Inés hablan arrendado la propiedad en 1946, se encantaron con ella y decidieron adquirirla.
El solar surgía de la segregación de una finca mayor propiedad de William Sinz, profesor italiano, especialista en clásicos, que dictaba cátedra en la Universidad de Puerto Rico. Amante de la naturaleza, Sinz habla sembrado un bosque. Decía al respecto doña Inés, “los días se las pasaba el italiano jornaleando en una cátedra para ganarse el pan, pero la dicha se la ganaba sembrando la tierra con sus propias manos en madrugadas y atardeceres que es cuando da más gusto”.
La finca de la carretera de Trujillo y la casa desarreglada que en ella construyeron era el hogar de los Muñoz. La entrada a La Fortaleza en 1948 no varió esa situación.
Luis Muñoz Marín e Inés Mendoza no eran gente de palacios. La Fortaleza nunca fue su casa. Grande, adornada, lujosa, La Fortaleza fue para los Muñoz Marín un lugar necesario para el trabajo, para la función de estado; un espacio elegante -muy elegante, si se quiere- que se le presta al Gobernador para que lleve a cabo funciones de representación, pero no para considerarse como hogar por alguien con la idiosincrasia de Muñoz Marín.
De ahí que, cumplidas las funciones de estado, atendidos los compromisos que demandaban suntuosidad y gala, los Muñoz Marín se escapaban a Trujillo Alto. Era allí, en la casa del bosque que comenzó a sembrar Sinz donde surgía el diálogo verdadero, donde se encendía el debate, la conversación, el examen acucioso e intenso de las realidades del país. Fortaleza atendía lo urgente del gobierno, en Fortaleza se ejecutaba de día a día un plan, un proyecto de gobierno. En la casa de Trujillo se atendía lo importante a largo plazo: en Trujillo se concebía y perfilaba el proyecto que luego se implantara desde el Palacio del
Viejo San Juan. Muñoz pulía sus ideas y atinaba sus puntos de vista de la manera clásica; sometiéndolos al debate. El diálogo era la principal herramienta para la definición de la agenda del primer gobernador electo por los puertorriqueños. Y el bosque de Trujillo Alto servía de cultivo y de nutriente para este diálogo. A un rancho de paja -aguijón en la conciencia de los poderosos para que no olvidaran que era la paja la cobija de tantos compatriotas de entonces- se convocaba a líderes de todos los sectores de nuestra comunidad. Allí se dieron cita cotidianamente políticos e intelectuales, literatos, líderes obreros, industriales, estudiantes. Allí recibió Puerto Rico a la democracia de América: a Haya de la Torre, a Figueres, a Betancourt, a Bosch; a la intelectualidad del mundo que se interesó en nosotros: a Gabriela Mistral, a Pablo Casals… Una parte significativa de lo mejor que tenemos en nuestro haber se definió allí.
Puerto Rico no es el único país con lugares especiales para su quehacer. Hay muchos otros. Son espacios necesarios para entender el pensamiento de un líder, el perfil de una idea, el carácter de un momento. No se entiende plenamente a Jefferson sin visitar Monticello, ni a Napoleón sin ir a Malmaison, ni al Libertador Bolívar sin ver los sitios que escogió para su vida. Por eso es que esos lugares se preservan; porque cuando se desnaturalizan se quiebra la posibilidad de comprender.
Por eso es que la Fundación Luis Muñoz Marín interesa que se preserve como parque, como bosque, el bosque que nutrió el fuerte estimulo de un ideario noble en nuestra historia, aunque discrepemos de él: el lugar que describe como ningún otro espacio en Puerto Rico el ideal de vida buena de una generación que se entregó a servirte a esta tierra nuestra con muchos aciertos y con naturales errores.
La integridad de ese predio está amenazada por un desarrollo urbano que se ha iniciado junto a su misma colindancia. El desarrollador ha invertido recursos allí. Tiene derecho a que se le compense plenamente por el justo valor de Su esfuerzo. Punto. Lo demás es de sencillo interés público.
Puerto Rico necesita preservar la finca de Muñoz Marín en la Carretera de Trujillo Alto. Ese espacio es de Puerto Rico.