El país de siempre tras el ciclón

El país de siempre tras el ciclón

por Efrén Rivera Ramos
martes, 18 de septiembre de 2018

El país de siempre tras el ciclón

Son muchas las lecciones que el huracán María nos ha dejado y numerosas las realidades que nos reveló o simplemente nos recordó. Abundan ejemplos de las mejores y peores respuestas que esta traumática experiencia colectiva ha generado durante el año transcurrido desde aquel imborrable 20 de septiembre de 2017.

Hemos quedado atónitos o indignados por las negligencias, carencias, insensibilidades, obstinaciones y defectos morales de funcionarios de toda laya, desde los rangos más bajos hasta la cúspide de los gobiernos de Puerto Rico y EE.UU. La falta de transparencia, la incompetencia y la corrupción han dejado huellas notables.

De otra parte, nos han conmovido los actos heroicos, el compromiso y los gestos solidarios desplegados por otros líderes y funcionarios y, sobre todo, por personas de los más diversos sectores sociales desde la diáspora hasta las comunidades más aisladas y golpeadas.

La experiencia de María ha sido, pues, multidimensional y compleja. Se han producido reflexiones valiosas en la prensa escrita, la radio, la televisión y los medios sociales. Se han hecho estudios sobre las muertes, la migración forzada, los impactos comerciales, la relación entre la catástrofe natural y las crisis económicas y fiscales, así como sobre la percepción de la población ante las respuestas gubernamentales. Ha habido encuentros y conversatorios de todo tipo y se perfilan actividades académicas de mayor enjundia aun sobre asuntos que, sin duda, quedarán registrados como hitos históricos de consideración en el devenir de nuestro pueblo.

Si seremos capaces de aprender de veras de lo sufrido y, a partir de ahí, encaminar procesos de transformación del país, todavía queda por verse. Esa transformación es necesaria porque, como comenté en una columna anterior, el Puerto Rico post-María tiene mucho que ver con el país existente antes del huracán.

Para no repetir todo lo que ya se ha analizado, quiero recalcar un solo aspecto: la tremenda desigualdad que caracteriza la sociedad puertorriqueña. Ya se han publicado informes que acreditan que somos una de las sociedades de mayor desigualdad en el mundo.

Éramos muy desiguales en términos económicos y sociales antes de María. Lo seguimos siendo, todavía más. Por ello, aunque toda la población sufrió el impacto de los vientos y la lluvia, los efectos más adversos de corto, mediano y largo plazo no han sido ni serán iguales para todos.

El estudio de la Universidad George Washington sobre las muertes comprobó que los más afectados fueron los residentes de los municipios de más altos índices de pobreza y las personas mayores de 65 años. No debería sorprender que las pérdidas mayores de vivienda y fuentes de ingreso hayan recaído sobre esas poblaciones. Hay también indicios fuertes de que las mujeres, sobre todo las madres solteras y las jefas de familia, han cargado con un peso desproporcionado de los costos sociales del desastre. El sufrimiento se ha distribuido muy desigualmente entre nuestra gente. Pero eso ya era así antes de María.

¿Cómo pueden seguirse justificando arreglos económicos y políticos, relaciones y prácticas sociales, dinámicas culturales y políticas educativas, de salud, recursos naturales, desarrollo urbano y transporte público que acentúan las desigualdades en el acceso a condiciones de vida dignas y seguras? ¿Cómo pueden legitimarse políticas de austeridad severa que agudizarán los desequilibrios sociales? ¿Por qué proteger esquemas de privilegio en los que el mérito y la necesidad pesan menos que las conexiones personales, familiares, sociales y políticas a la hora de obtener y mantener oportunidades, empleos, vivienda y servicios de calidad? ¿Qué vamos a hacer?

Si la reflexión y la acción que muchos parecen exigir en el mundo post-María no incluye estos aspectos estructurales profundos de nuestra existencia, los próximos desastres naturales volverán a tener efectos catastróficos muy desiguales en mayor detrimento de las poblaciones de siempre.

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