El Casals digital
El Casals digital
Antonio García Padilla
El Festival Casals ofreció en línea su edición de 2020. Cuenta su director, el maestro Maximiano Valdés, que el ciclo de conciertos recibió más de 120 mil visitas.
El distanciamiento social le ha pegado duro a las artes, sobre todo a las de la representación. Los teatros han tenido que cerrar puertas por ser lugares propensos al contagio. Muchos artistas han perdido su taller. Mas no se han silenciado del todo. Respaldados por las tecnologías disponibles han podido explorar nuevas ofertas para beneficio de los públicos. En el medio de la clausura cautelar han colocado en plataformas digitales un menú insospechado de conciertos, obras y recitales, muchos de ellos inaccesibles al momento. Las populares series de Netflix comparten cartelera virtual con la Filarmónica de Berlín, la Ópera Metropolitana y tantos otros teatros. En esos espacios se insertó el Casals.
Se trata de espacios diferentes. Asistir al estadio de deportes a ver los juegos o a un concierto en el teatro, es inigualable. Pero una buena transmisión, con su perfil propio, brinda experiencias no siempre disponibles en la función. De ahí que las comparaciones entre ambas tienen a mi entender utilidad limitada. En el medio digital se pierde la poderosa energía de la relación entre público y actores o atletas; mas se ganan cercanías que ni la sala ni el estadio pueden ofrecer. Se disuelven distancias. Subimos a escena mientras discurre la función. Nos ubicamos más de cerca de los esfuerzos y deleites de artistas y atletas. No es de extrañar que en los estadios (menos formales que los teatros) se proyecte la transmisión para beneficio de los asistentes.
En un streaming reciente vi al maestro venezolano Gustavo Dudamel dirigir la Sinfónica de Los Ángeles (que esa noche incluía en la percusión a jóvenes de barrios pobres de esa ciudad). Al concluir, antes de volverse a agradecer los aplausos, el director le dijo por lo bajo a los músicos, en lúdica complicidad: “you were amazing”. El público en el teatro, no importa cuán bien ubicado, se perdió esa parte.
Hace unos días el tenor alemán Jonas Kaufmann ofreció un recital desde una sala desierta en Munich. Cuando terminó expresó que para él, sin público, la función no tenía igual sentido. Echaba de menos la energía de la sala llena. Aún así, a miles de millas de distancia, en Santiago de Chile, el crítico de El Mercurio que cubría el evento se maravillaba por el grado de intimidad que había conseguido establecer el cantante con la audiencia virtual. El crítico me recordaba a uno de los asesores que asistió a la Universidad en la restauración de su Teatro, cuando anticipaba que las tecnologías convertirían los escenarios en plataformas de proyección al mundo, no solo al publico presente.
La exitosa edición digital del Festival Casals, en medio de las difíciles circunstancias del país y del mundo, invita a reflexión sobre estos temas: las capacidades tecnológicas de nuestros teatros, el respaldo a los programas de arte en las escuelas y universidades, los coros, bandas, el Conservatorio, la integración de las tecnologías en todos ellos. Porque la recuperación económica y el fortalecimiento de las artes forman parte de la misma agenda de buena civilización que Puerto Rico aún abriga.
En pocos lugares del mundo la juventud tiene los estímulos que tiene aquí para cultivar las artes de la representación, la música especialmente. Tienen de frente a Justino Díaz, Ricky Martin, Lin-Manuel Miranda, Ana María Martínez, Calle Trece, Luis Fonsi, Daddy Yankee, Carmen Acevedo y tantos más. Y tienen el Festival Casals, un abanderado de serenidad y buena convivencia en la modernidad puertorriqueña.