Demetrio Fernández: Cátedra, Teatralidad y Vida
Demetrio Fernández: Cátedra, Teatralidad y Vida
Antonio García Padilla
Ha publicado extensamente sobre temas de derecho laboral,[1] de responsabilidad extracontractual[2] y administrativo,[3] cortes puertorriqueñas[4] y federales[5] se han hecho eco de sus ideas en múltiples ocasiones; ha participado en decenas de paneles, foros, simposios y coloquios; se ha integrado a importantes instancias del gobierno universitario,[6] su talento se ha reclamado en comités, grupos, paneles y comisiones; ha practicado intensamente la abogacía,[7] es el docente activo de más antigüedad en la cátedra de derecho en Puerto Rico. Demetrio Fernández Quiñones. Este singular puertorriqueño, numerario de esta corporación desde 1990, ha anunciado su jubilación de la cátedra que ocupa en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico.
A la incorporación de Demetrio Fernández a la docencia, allá para 1962, en el país operaba una sola escuela de derecho—la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico—que contaba entonces con un puñado de cátedras.[8] A su jubilación en 2018, el país tiene tres escuelas acreditadas[9] y decenas de claustrales componen el número agregado de sus docentes.[10] De esa dramática evolución el doctor Fernández ha sido parte. Demetrio Fernández ha dictado cursos en las tres escuelas. En todas es querido y admirado, como es querido y admirado en la abogacía, en el deporte y en muchos otros sectores de la vida del país. Demetrio Fernández es pues, a su jubilación de la docencia, una especie de catedrático nacional que pertenece a toda la comunidad académica, más allá de las territorialidades y los aparcelamientos institucionales típicos de Puerto Rico y una especie de abogado al que todos sus colegas se refieren con especial admiración. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho que este compañero haya ganado el respeto y el aprecio académico y personal de tantos, en una comunidad tan dada a rivalidades y fricciones? ¿Qué es lo que lo dimensiona?
Claro que la producción intelectual de Fernández—sus libros, artículos y ensayos[11]—su efectiva enseñanza, su exitoso ejercicio profesional, su habilidad en las canchas[12] proveen parte de la respuesta. Pero no toda. Demetrio Fernández ha representado en Puerto Rico mucho más de lo que describen los inventarios de su docencia, su obra publicada y su gestión profesional y cívica. De eso trata esta nota, de explorar los ángulos que dan cuenta del especial talento de este colega en nuestra comunidad. De algunos de ellos he sido testigo, como alumno en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico entre 1975 y 1978, y luego como su compañero de cátedra en la misma universidad a partir de 1982 y hasta estos días. Exploremos esos ángulos.
No es difícil recordar el primer encuentro con Demetrio Fernández: Con un pocillo de café en mano, cogido como en pinzas, en las puntas de los dedos pulgar e índice de su mano derecha, llegaba Demetrio Fernández a la primera sesión del curso de Responsabilidad Extracontractual. Un aula repleta de estudiantes neófitos le aguardaba. Entraba a la sala de clases precedido de fama: las anécdotas de sus clases, sus publicaciones y casos, su trayectoria en el baloncesto superior de Puerto Rico y de España.
Venía con actitud de dueño. Hacía alarde de su recia constitución física de deportista vestido a todo dar, como para la portada de GQ.[13] Llegaba al compás de un silencio largo que para los presentes era de horas. Sin romperlo, pasaba revista de los estudiantes—atónitos—con cada uno de los cuales buscaba establecer penetrante contacto visual. Finalmente decía en voz grave: “Soy Demetrio . . . y me llaman ‘Demi’ . . . apócope de Demetrio . . . o ‘Demo’ . . . apócope de demonio”.
Acto seguido, ponía al grupo al tanto de quién tenían delante. Reseñaba que pertenecía a los más rancios estratos nobiliarios del país. Era Conde de Capetillo. Eso sí: aclaraba que su aristocracia no era en realidad de sangre; que sus cuarteles de nobleza se medían en saberes.
La dramática obertura presentaba acto seguido, en un crescendo, las bases en que se asentaría el curso: primero, el compromiso absoluto con el estudio, la inmersión denodada en la lectura y análisis de la jurisprudencia y la doctrina, sin pausa ni tregua, sin distracción que valiera. Para los todavía incrédulos, demudados, la agenda del semestre se recogía en un prontuario de asignaciones que incluía la lectura, análisis y resumen de varios cientos de opiniones judiciales aderezadas por incontables páginas de libros y artículos de los grandes autores angloamericanos y latinos.
El calendario ordinario de clases no sería suficiente para atender la agenda dispuesta. Por consiguiente, las horas regulares de reunión habrían de complementarse con sesiones adicionales pautadas generalmente en días sábados o domingos, con duración de cinco a seis horas cada una de ellas. Sí; el día de Acción de Gracias[14] era uno de esos días dispuestos para la reunión adicional del curso.[15]
El examen, basado en problemas complejísimos, tomaría muchas horas en contestarse. No habría límite en el tiempo para responder. Así, habría quien comenzaría a las 9:00 de la mañana de determinado día y concluiría en la madrugada del día siguiente, luego de vaciar sus respuestas en veinticinco libretas de las conocidas como “blue-books”.
Los tres años de estudio debían ser eso, insistía Fernández: años de dedicación absoluta al estudio. “¡A eso veníamos!”.
Amor u odio. Había quienes adoraban su estilo; había quienes no lo toleraban. Solo surgían en torno a su clase opiniones fuertes. Indiferencia nunca. Una excelente alumna, en versos octosílabos que produjo al concluir su primer año de estudios, describía así sus recuerdos:
Prosser, “Hornbook”, ¡qué exigencia!,
aquello sí fue un perjuicio,
nos fue sacando de quicio
toda esa jurisprudencia.
Y perdimos la paciencia
con los casos asignados
(pues pasaban de trescientos),
y algunos, desanimados,
no llegaron ni a doscientos.[16]
Mano a mano con los acentos en el estudio y el trabajo, aparecía en la partitura docente de Fernández el leit-motiff de la cultura. El derecho y la abogacía los presentaba imbricados, fundidos con las humanidades, con la estética, las artes, las letras, la sociología. Sobre todo las letras. Los poetas, prosistas e intelectuales españoles del siglo XX aparecían continuamente en sus narraciones—Ayala,[17] Ortega,[18] Unamuno[19]—los maestros españoles exiliados en Puerto Rico con los que estudió, compartió o, al menos, vio caminar por el campus—Manuel García Pelayo,[20] Juan Ramón,[21] Zenobia,[22] Salinas[23]—eran de referencia regular.
– “Repítame su nombre”, me dijo antes de contestar una pregunta que le hice en una de las primeras sesiones de clase.
-“Antonio”, respondí.
-“ . . . Torres Heredia, / hijo y nieto de Camborios, / con una vara de mimbre / va a Sevilla a ver los toros.”, añadió para terminar con Federico García Lorca una aburrida conversación técnica sobre torts.[24]
Como aparecían asimismo su reverencia al talento, el respeto a las hojas de servicio, a la antigüedad. Y, con ellos, la denuncia implacable a la emergente burocratización de los procesos universitarios, a espurias objetividades y a democratizaciones nada más que formales.
El marcado componente teatral de la cátedra de Fernández no era extraño en la Universidad. La teatralidad llenaba de arriba a abajo la Universidad en la que formó, inició y desarrolló Fernández su carrera docente. De hecho, era un recurso muy a la mano del propio rector, un maestro del drama académico, que gustaba de mostrar dramáticamente su cautivante personalidad. Basta recordar su saludo a los alumnos recién llegados: “¡Bípedos implumes!” el grito con que Jaime Benítez, arquitecto de la expansión universitaria de la posguerra,[25] enlazaba a los estudiantes con Platón y con los grandes exponentes de la cultura occidental grecolatina en cuyo estudio debía basarse la formación universitaria impulsada por el rector.
Abrahán Díaz González, primer rector de Río Piedras luego de la reforma universitaria de 1966, contraparte del ahora presidente Benítez en los intensos debates de esos fascinantes años, era otro maestro del drama, de los silencios, de los símbolos, de las frases, de las referencias imaginativas, de la expectación, de los efectos. El rector que guiaba su motora por el campus, que convertía la Universidad en pivote de su vida, con preterición aun de los momentos más sentidos de su quehacer familiar.[26]
En la Escuela de Derecho, la impronta teatral de las cátedras tenía muchas manifestaciones. Demetrio Fernández no estaba para nada solo. Miguel Velázquez Rivera,[27] por ejemplo, eficaz catedrático de temas procesales, parecía traer a las aulas, cada día, traducciones jurídicas de la novela costumbrista de la tierra. Sus cursos recibían la visita ideal de los personajes de la vida de un pueblo del interior del país, Moca, su pueblo, alrededor de cuyas actuaciones cobraban plasticidad las tensiones del derecho estudiado en clase. Juanita Román, Pantoja, Egipciaco, Juan Pérez López eran, entre otros, actores de la narrativa construida por el profesor para poner al desnudo la interacción de los procesos legales con otros intereses de la comunidad, las “premisas inarticuladas”—decía Velázquez—que, allende la ley, determinan muchas veces las resultas de los casos. Moca, escenario de La Llamarada de Laguerre,[28] aparecía en Leyes metida en la denuncia de las brechas a veces anchas entre la ley y la realidad, entre la explicación y la verdad.
Velázquez recibía a sus compueblanos mocanos siempre de pie, en un estimulante power walk aeróbico que mantenía a todo lo largo de la clase, sin breaks, por los pasillos del aula. Subía y bajaba los peldaños de la grada lo mismo de frente que de espaldas. Gesticulaba con fuerza, el puño derecho chocando duro contra la palma de su mano izquierda. Era docencia de cuerpo entero. Cuando se seguía de cerca, la intensidad del drama de Velázquez a través del tiempo de clase, la fuerza de sus gesticulaciones, producían en los alumnos una especie de cansancio vicario que, tan pronto acababa la clase, urgía a correr en búsqueda de una cerveza fría a algún bar del barrio universitario.
Y así muchos más: Eduardo Ortiz Quiñones, una fuerza en la inconclusa agenda del país por proveer servicios legales de calidad a los sectores más pobres de la población,[29] cultivaba como el mejor el papel del absent-minded professor. Se sorprendía de que algún alumno descubriera, en medio del examen final de su curso de derecho probatorio, que el examen que había distribuido no correspondía al tema que debía examinarse sino que era, en realidad, un examen de derecho procesal civil. Alejo de Cervera y Gabilondo,[30] montañés, un maestrazo capaz de enfocar su clase en lo realmente esencial de los temas, parecía, visto bien, un personaje sacado de un relato de Charles Dickens.[31] Hacía claro que su orientación ideológica era “de extremo centro”. Era distante y lacónico en el trato. Tenía duende. Había decidido divorciarse sistemáticamente de los vaivenes y minucias de la cotidianidad que discurría a su alrededor. No se inmutaba por nada; ni por nadie; que no fueran las resultas de la bolsa de valores. “¡Pues vaya usted a saber!”, era su respuesta aun a los titulares del día que a los alumnos le parecieran más trascendentales.
Ratimir Maximilian Pershe, el bibliotecario durante los decanatos de Helfeld y Fuster, también evocaba a Dickens.[32] Sucedió a Margaret Hall en la dirección de la biblioteca de derecho y antecedió a Carmelo Delgado Cintrón en ese cargo. Había sido bibliotecario en instituciones importantes de Nueva York. Su prioridad era, a outrance, la función de servicio de la biblioteca. Compulsivamente comprometido con las necesidades de los usuarios—las que fueran, por las razones que fueran—hacía traer rápidamente materiales de las bibliotecas más remotas si los solicitaba un alumno. Llegaba hasta permitir que grupos de alumnos pernoctaran en la biblioteca si se convencía de que necesitaban usar la colección en horas de la noche. “El riesgo mayor,” decía, “no es que la colección se use mal; es que la colección no se use.” Procedente de Europa Central—era croata[33]—hablaba con alguna dificultad el español y su inclinación por el uso de voces inglesas complicadas hacía difícil a los estudiantes seguirle en inglés.
Todo lo anterior, en una figura menuda, de trato gentil, de hablar pausado y voz baja, andar lento, que cultivaba temas de investigación poco comunes en una comunidad de los perfiles de la nuestra,[34] lo desvinculaba de la socialización en grupos y juntes, y no dejó de producir la burla de algún necio. Quienes lo observábamos teníamos a veces la impresión de que el aislamiento debía herirle. Al pensarlo a fondo, concluíamos que no; que a Pershe le importaba poco la socialización dentro de los grupos que tenía alrededor y que todo discurría para él en fidelidad con el drama que había compuesto y que llevaba con eficacia a la escena de su vida.
No hay que seguir. No era homogéneo el drama en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico en los días en que conocí a Demetrio Fernández. Eran muchos los actores; muchos los intentos de unir gesticulaciones al lenguaje de las aulas; perceptibles los esfuerzos por juntar los salones de clase con el espacio académico en un marco expresivo, en escenario en el que interactuaran simultáneamente diversos sistemas sígnicos.
En ello, Demetrio Fernández resaltaba; llevaba el drama de la cátedra a formas inesperadas. Con la particularidad, además, de que con el final de la clase el drama no concluía del todo. Seguía de alguna manera; de la forma que correspondiera a la secuencia escénica de su vida. Y siempre las constantes: la exaltación del trabajo, de la cultura, del talento y del servicio. He ahí, tal vez, el mejor dimensionamiento de Fernández.
Lo que nunca pudo ocultarse en ninguno de los escenarios en que actuó, en ninguno de los papeles que escogió interpretar, es la generosidad de este gran personaje, su solidaridad, su noble sentido de la amistad. Ojalá que ahora que deja atrás el día a día de la enseñanza, no nos prive de ellas.
NOTAS AL CALCE
* Catedrático y Decano Emérito de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico (2009 al presente); Presidente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Puerto Rico; Presidente de la Universidad de Puerto Rico (2001-2009) y Decano de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico (1986-2001).
[1] Demetrio Fernández Quiñonez, El Arbitraje obrero-patronal (2000); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho laboral: casos y materiales (1987); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 80 Rev. Jur. UPR 735 (2011); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 79 Rev. Jur. UPR 695 (2010); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 78 Rev. Jur. UPR 379 (2009); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 76 Rev. Jur. UPR 925 (2007); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 67 Rev. Jur. UPR 749 (1998); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 60 Rev. Jur. UPR 991 (1991); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Laboral, 59 Rev. Jur. UPR 409 (1990); Demetrio Fernández Quiñonez, El Deber Sindical de la Representación Justa e Imparcial bajo la Ley Taft-Hartley y la Ley de Relaciones del Trabajo de Puerto Rico, 49 Rev. Jur. UPR 165 (1980).
[2] Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 73 Rev. Jur. UPR 807 (2004); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 72 Rev. Jur. UPR 355 (2003); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 71 Rev. Jur. UPR 621 (2002); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 70 Rev. Jur. UPR 713 (2001); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 69 Rev. Jur. UPR 563 (2000); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 68 Rev. Jur. UPR 441 (1999); Demetrio Fernández Quiñonez, El Valor de los Daños en la Responsabilidad Civil, Antonio Amadeo-Murga, 67 Rev. Jur. UPR 555 (1998); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 67 Rev. Jur. UPR 887 (1998); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 66 Rev. Jur. UPR 489 (1997); Demetrio Fernández Quiñonez, El Choque de Dos Culturas Jurídicas en Puerto Rico: Un Comentario También Chocante, 61 Rev. Jur. UPR 13 (1992); Demetrio Fernández Quiñonez, Las acciones contra familiares: Análisis de un problema claro y una jurisprudencia confundida. Discurso pronunciado en el acto de incorporación como Académico de Número de la Academia Puertorriqueña de Jurisprudencia y Legislación el 1 de marzo de 1990, 2 Rev. Acad. PR. Juris. Legis. 1 (1990); Demetrio Fernández Quiñonez, Responsabilidad Civil Extracontractual, 59 Rev. Jur. UPR 419 (1990); Demetrio Fernández Quiñonez, El Lucro Cesante en Materia de Responsabilidad Civil Extracontractual: La Confusión de la Torre de Babel, 52 Rev. Jur. UPR 31 (1983).
[3] Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo y Ley de Procedimiento Administrativo Uniforme (3ed. 2013); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo, 85 Rev. Jur. UPR 513 (2016); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo, 75 Rev. Jur. UPR 67 (2006); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo, 72 Rev. Jur. UPR 355 (2003); Demetrio Fernández Quiñonez, La Revisión Judicial de las Decisiones Administrativas, 69 Rev. Jur. UPR 1129 (2000); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo, 61 Rev. Jur. UPR 927 (1992); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo, 60 Rev. Jur. UPR 1045 (1991); Demetrio Fernández Quiñonez, Derecho Administrativo, 59 Rev. Jur. UPR 397 (1990).
[4] Véase, e.g., Vendrell López v. Autoridad de Energía Eléctrica, 2017 TSPR 192, en las págs. 11-12; In re Aprob. Regl. Subastas RJ, 197 DPR 557, 625 (2017); Rivera v. Policía de Puerto Rico, 196 DPR 606, 625-26 (2016); Quintero Betancourt v. El Túnel Auto, 194 DPR 445, 457-58 (2015); Muns. Aguada y Aguadilla v. JCA, 190 DPR 122, 143 (2014); H.R., Inc. v Vissepó & Diez Constr., 190 DPR 597, 618 (2014); Rivera Sierra v. Supte. Anexo 500 Guayama, 179 DPR 98, 104 (2010); Guzmán y otros v. E.L.A., 156 DPR 693, 711 (2002).
[5] Véase, e.g., Aponte-Davila v. Municipality of Caguas, 2017 U.S. Dist. LEXIS 112444 (DPR July 17, 2017, No. 13-1367); Figueroa v. Gonzalez, 229 F.R.D. 41, 42 (D.P.R. 2005).
[6] A partir de 1967 fungió como miembro del Senado Académico del Recinto de Río Piedras.
[7] Véase, e.g., Trib. Exam. Méd. v. Cañas Rivas, 154 DPR 29 (2001); Betancourt v. Nyppy, Inc., 137 F. Supp. 2d 27 (DPR 2001); Rivera-Rosario v. USDA, 202 F.3d 35 (1st Cir. 2000); Córdova v. Larín, 151 DPR 192, (2000); In re Pereira Esteves, 147 DPR 147 (1998); Maldonado-Denis v. Castillo-Rodriguez, 23 F.3d 576 (1st Cir. 1994); Maldonado-Denis v. Castillo-Rodriguez, 23 F.3d 576 (1st Cir. 1994); Rivera-Cotto v. Rivera, 38 F.3d 611 (1st Cir. 1994); Morales González v. J.R.T., 121 DPR 249 (1988); Soto Segarra v. Sea-Land Serv., Inc., 581 F.2d 291 (1st Cir. 1978).
[8] Association of American Law Schools, Directory of Law Teachers 45 (1962).
[9] La Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, adscrita al Recinto de Río Piedras de esa Universidad, la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana, ubicada en el barrio de Hato Rey en la ciudad de San Juan y la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica en Ponce, Puerto Rico. Véase American Bar Association Official guide to ABA-approved law schools (2013).
[10] American Bar Association, Standard 509 Information Report of University of Puerto Rico (2017); American Bar Association, Standard 509 Information Report of Inter American University of Puerto Rico (2017); American Bar Association, Standard 509 Information Report of Pontifical Catholic University of Puerto Rico (2017).
[11] Supra notas 1, 2 y 3.
[12] En el 1990 se le incorporó al Salón de la Fama del Deporte Riopedrense. Véase Demetrio “Demi” Fernández Baloncesto, Salón de la fama del Deporte Riopedrense, http://www.famadeportesrp.org/exaltados/perfiles/1990/demetrio.html (última visita 9 de abril de 2018).
[13] GQ American magazine, Britannica, https://www.britannica.com/topic/GQ (última visita 9 de abril de 2018). Cf. Douglas Hand, The Laws of Style: Sectorial Excellence for the Professional Gentleman (2018).
[14] 5 U.S.C. § 6103(a) (2012).
[15] Antonio García Padilla, Abogacía, derecho y país 133-34 (2017).
[16] Vanessa Ramírez, Poema al concluir el primer año de estudios en la Escuela de Derecho. Véase Circular 8990-59 del Decano Antonio García Padilla (29 de diciembre de 1989).
[17] Véase Francisco Ayala, Recuerdos y olvidos (1906-2006) (2006).
[18] Véase Antonio Montoro Sanchís, José Ortega y Gasset: biografía por sí mismo (1957).
[19] Véase Jean-Claude Rabate, Miguel de Unamuno: biografía (2009).
[20] Véase Manuel Aragón Reyes, Semblanza de Manuel García-Pelayo, 75-76 Revisa de Derecho Político 23, 24 (2009).
[21] Véase Antonio Martín Infante, Juan Ramón Jiménez 1881-1900: una biografía literaria (2007); Enrique González Duro, Biografía interior de Juan Ramón Jiménez (2002); Antonio Campoamor González, Juan Ramón Jiménez: nueva biografía (2001).
[22] Véase Angel Sody de Rivas, Biografía de Zenobia Camprubí: la musa de Juan Ramón Jiménez (2009).
[23] Véase Jean Cross Newman, Pedro Salinas y su circunstancia: biografía (2004).
[24] Federico García Lorca, Romancero Gitano 42 (Editorial Nuestro Pueblo, 1937).
[25] Don Jaime Benítez: entre la universidad y la política (Héctor Luis Acevedo ed., 2008); Jaime Benítez Rexach, Junto a la Torre: jornadas de un programa universitario (1942-1962) (1963).
[26] Abrahán Díaz González, Universidad y Sociedad (2002).
[27] Para una nota biográfica sobre el profesor Velázquez, véase Carmelo Delgado Cintrón, Miguel Velázquez Rivera y la vocación jurídica: reflexiones sobre las aportaciones de un jurista puertorriqueño, 72 Rev. Jur. UPR 135 (2003). Véase también Efrén Rivera Ramos, Don Miguel Velázquez Rivera, 76 Rev. Jur. UPR 257 (2007); Noel Colón Martínez, Miguel Velázquez Rivera: Una semblanza, 76 Rev. Jur. UPR 259 (2007); Brian Mateo Dick-Biascoechea, Don Miguel Velázquez Rivera, 76 Rev. Jur. UPR 269 (2007).
[28] Véase Nelson A. Vera Hernández, Un periodista llamado Enrique A. Laguerre (2014); Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Laguerre: homenaje al novelista y humanista (2001).
[29] Véase Luis F. Estrella Martínez, Acceso a la Justicia: derecho humano fundamental 83-132 (2017); XXII conferencia Judicial, Primer congreso sobre acceso a la justicia (2005).
[30]Véase García Padilla, supra nota 15 en la pág. 44.
[31] Su biógrafo, John Forster, subraya que Dickens “characters real existences, not by describing them but by letting them describe themselves.” II John Forster, The Life of Charles Dickens 196 (1890).
[32] Pershe se unió a la Escuela de Derecho en el otoño de 1965, a la edad de cuarenta y ocho años. Era egresado de Zagreb, donde había obtenido su doctorado en leyes. Además, se había recibido de maestro en ciencias en bibliotecología de Columbia y de derecho en Fordham. Había servido como bibliotecario auxiliar en Rutgers entre 1955 y 1957 y como bibliotecario en el bufete de Chadbourne, Parke, Whiteside and Wolff de Nueva York entre 1957 y 1965. Hablaba inglés, francés, español con alguna dificultad y alemán, además de los idiomas de su país. John G. Harvey, American Bar Association, Inspection Report, University of Puerto Rico School of Law 6-7 (enero 6, 1966). El comité de evaluación que visitó la Escuela de Derecho en marzo de 1972, siete años luego de la incorporación de Pershe a la dirección de la biblioteca de Derecho, concluía que “Professor Pershe is a very competent and dedicated librarian who is quite apparently a good administrator.” American Bar Association, Report on School of Law University of Puerto Rico 14 (1972).
[33] Véase XXXIII Annual General Assembly of the Croatian Academy of America, studiacroatica.org, http://www.studiacroatica.org/jcs/28/2812.htm (última visita 30 enero de 2018).
[34] Véase, e.g., Ratimir Maximilian Pershe, Are we about to acknowledge the right of invasion upon the lives of others under certain circumstanes?, 32 Rev. Col. Abog. PR 223 (1971); Ratimir Maximilian Pershe, Libros, 39 Rev. Jur. UPR 169 (1970) (reseñando MAYDA, JARO, ENVIRONMENT AND RESOURCES: FROM CONSERVATION TO ECOMANAGEMENT).