Arte, arte público y tareas institucionales
14 de marzo de 2008
por Antonio García Padilla
Arte, arte público y tareas institucionales

Escultura “Reflejo Melódico” de Luis Torruella.
Casi de súbito, la ciudad de San Juan se ha llenado de arte público. En un corto número de años un panorama que se mantenía bastante ayuno de expresiones artísticas expuestas, se ha poblado de trabajos de un grupo de nuestros mejores artistas: Pablo Rubio, Carmen Inés Blondet, Dhara Rivera, Avelino González, Annex Burgos y Tono Martorell, entre otros. Muchas plazas y parques de la ciudad, amén de lugares reservados para la recreación pasiva, han pasado a ser también espacios de exposición artística de importancia. Asimismo, hay avenidas que exhiben hoy obras de significación. Ese nuevo detalle de nuestra ciudad requiere, a mi juicio, una atención cuidadosa. ¿Qué significado tiene para el cultivo de la sensibilidad artística de nuestra gente? ¿Qué retos le impone a otras instituciones dedicadas a la promoción cultural de Puerto Rico?
Fuera de la disciplina del museo, de la sala de exposiciones, o de la galería, el acercamiento del individuo al arte se libera de muchas reglas. Al museo o a la galería vamos cuando sentimos un deseo especial de encuentro con el arte; la visita responde a un estado de ánimo particular y se dirige a un contacto puntual y discreto con piezas de arte: entramos al museo, a la galería, a la sala, pasamos allí unas horas en un clima bastante controlado y, luego, salimos. Además, el museo y la galería, por su naturaleza, imponen un especial rigor, una disciplina de comportamiento; tienen sus horarios; demandan determinadas rutinas.
Nuestra relación con el arte público es distinta. Con éste, todos convivimos diariamente y democráticamente; sin importar origen, condición, o trasfondo. Nada frente al arte público es de rigueur, cada cual reacciona como quiere. Es parte de nuestro entorno, en los días buenos y en los no tan buenos. El arte expuesto demanda de nosotros poca formalidad, siempre está disponible: cuando le echamos un vistazo rápido, temprano, de paso al trabajo; lo mismo que cuando nos detenemos despacio, en la tarde de un domingo, a examinar con cuidado sus contornos. ¡Qué distinto es el paso por la avenida Ponce de León, a la altura de las calles de Miramar y Olimpo, ahora que se encuentra una escultura de Luis Torruella en sustitución del muro de cemento que dividía allí la avenida de su calle marginal! La plaza que divide las caletas que discurren paralelas frente a la Catedral de San Juan, siempre fue bella. Hoy es mucho más que bella cuando, además, ofrece oportunidad de conocer las estupendas piezas de Jorge Zeno que lo adornan.
Expuestas al aprecio de toda la comunidad, las piezas de arte no pueden discriminar en cuanto a su impacto; tocan el sentimiento de todos; elevan el coeficiente humanístico general. De paso, nutren también el aprecio a las otras formas de manifestación estética. Es decir, el arte expuesto siembra en el observador la curiosidad por los medios artísticos no expuestos; ofrece así, allende su valor propio, una constante invitación a visitar el museo, la galería, la sala de exposiciones, para conocer allí las expresiones artísticas que no sean susceptibles de ubicación en lugares públicos; tiende a generar, de otra parte, la necesidad de que la relación con las expresiones estéticas ocupe algún espacio –unas veces más grande, otras veces más chico- en la vida de cada cual. En Puerto Rico, hemos dado un paso significativo de desarrollo, cuando decidimos nutrir nuestro tejido urbano con buenas obras artísticas.
Significativo como es, no se trata de un paso final. Por el contrario, el avance experimentado en este campo sólo impone otras responsabilidades mayores. Así, por ejemplo, en una economía en la cual la construcción pública es tan significativa, ¿por qué no decidimos definitivamente a requerir que un determinado porcentaje del presupuesto de la construcción estatal se dirija a la adquisición de arte para ser ubicado en las obras? La incorporación sistemática del arte en la obra pública puertorriqueña –carreteras, edificios públicos, obras de infraestructura- tiene el potencial de mejorar significativamente los perfiles de nuestro desarrollo. Hace ya décadas que nos debatimos con ese tema. ¿Está lista nuestra comunidad para echarle mano definitivamente a esa tarea?
Y en instituciones cuya gestión primaria tiene que ver con la promoción de la cultura –universidades, academias, bibliotecas, teatros- la responsabilidad es todavía mayor. Le corresponde a estas instituciones marcar la pauta en cuanto a esos temas. El desarrollo que en ese sentido experimenta la ciudad, hace imperativa la decisión de asumir sin demora la responsabilidad. No hacerlo pondría a las instituciones culturales a riesgo no sólo de perder la delantera, sino de caer en el rezago en este importante aspecto de nuestra agenda comunitaria.
Tarde o temprano –más temprano que tarde, espero- los pasos han de darse. Creo que nos aguardan etapas de importante desarrollo en este campo.